The Demo Site

Tras su designación, la prelado se ha mantenido fiel a los principios que adoptó cuando era una adolescente rebelde y tomó una decisión que la convirtió en la heroína de una amplia mayoría de alemanes y en una peligrosa enemiga de buena parte de los políticos de su país.
En un sermón, la obispo se atrevió a calificar la guerra en Afganistán como «inmoral e injustificable». «En el conflicto no hay nada bueno y es evidente que las armas no están llevando la paz. Por el contrario, todas las estrategias sólo han ocultado el hecho de que los soldados están utilizando sus armas e incluso se mata a civiles», censuró la prelado durante una misa celebrada en la Iglesia de Nuestra Señora de Dresde el día de Año Nuevo. «Necesitamos más fantasía para la paz, encontrar otras formas para superar conflictos», añadió. No fue todo. En una entrevista con un periódico de Hannover, admitió que la misión militar alemana en el país no podía ser justificada por la Iglesia Evangélica y que debía acabar lo más pronto posible.
Las declaraciones de Kässmmann provocaron un debate nacional que tiene en estado de alerta al Gobierno federal y a todas las formaciones que han votado a favor del despliegue germano. «Con su sermón, la obispo rompió el silencio -señaló el periódico ‘Süddeutsche Zeitung’-, pero ni los partidos del Gobierno ni siquiera Los Verdes se han preguntado: ¿qué hay de positivo en esa misión que cada día se parece más a una guerra?». 4.280 es la cifra de soldados que Alemania tiene desplegados en Afganistán. Las tropas germanas operan al norte del país, en las provincias de Kunduz y Feyzabad. En la cumbre de Londres del próximo jueves podría hacer público un aumento del contingente.
La polvareda no se hizo esperar y las formaciones hicieron causa común con una insólita contundencia contra la presidenta de la Iglesia Evangélica. El primero en utilizar un arma de grueso calibre fue el verde Ralf Fück, actual presidente de la fundación Heinrich Böll, quien acusó a la obispo de «ignorante, ingenua y de propagar sólo banalidades». «Es ridículo creer que en Afganistán se puede alcanzar la paz con oraciones y velas, como lo hizo la oposición en la RDA hace 20 años», insistió Rainhold Robbe, un parlamentario del SPD.
La CDU también se unió a la batalla y calificó las palabras de Kässmann como «ajenas a la realidad» y de provocar inseguridad en la opinión publica y en los soldados estacionados en Afganistán. La canciller, en cambio, empleó un lenguaje diplomático para no envenenar la discusión. «No estoy de acuerdo con lo que dijo, pero ella tiene derecho a la crítica», terció mientras que el ministro de Defensa, Karl Theodor zu Guttenberg, invitó a la obispo a realizar una visita a las tropas.
La polémica cobró incluso una mayor dimensión el fin de semana pasado cuando el arzobispo Robert Zollitsch, presidente de la Conferencia Episcopal alemana, pidió una evaluación de la situación en Afganistán y exigió que se tomaran «nuevas medidas». «Muchas de las decisiones no han tenido éxito y se han cometido errores graves», dijo al sugerir que la única salida es el fin de la misión militar germana.
Las críticas de las dos iglesias alemanas no podían haber llegado en peor momento para el Gobierno, que aún no ha logrado ponerse de acuerdo sobre la posición que defenderá en la conferencia sobre Afganistán que se celebra el próximo jueves en Londres. El ministro de Asuntos Exteriores, Guido Westerwelle, ya ha hecho saber que no apoyará el envío de más soldados e incluso amenazó con boicotear la reunión si el único tema del encuentro era el aumento de tropas.
El ministro de Defensa, sin embargo, se mostró a favor de enviar más refuerzos en un futuro cercano para entrenar a las fuerzas locales y advirtió de que las tropas germanas debían prepararse para luchar contra los talibanes. «Un soldado debería ser capaz de defenderse y estar en posición de luchar cuando sea necesario», sentenció.
El hipotético y delicado cambio de estrategia sugerido por el titular de Defensa debe ser aprobado por el Parlamento federal, que dio luz verde al envío de tropas en 2001 bajo una premisa concreta. Los soldados recibieron la misión de velar por la reconstrucción del país y no la de combatir, un mandato que fue violado el 4 de septiembre del año pasado cuando el coronel Georg Klein dio la orden de destruir dos camiones cisternas y de «aniquilar» a los talibanes que se encontraban en los alrededores. En el ataque murieron más de 140 personas, de las cuales sólo unas 50 eran combatientes rebeldes.
Los entresijos del ataque aún no son conocidos por la opinión pública, pero el entonces jefe del estado mayor del Ejército, general Wolfgang Schneiderhan, asumió la responsabilidad del ataque y renunció al cargo. Peor aún, la prensa insinuó que el ministerio de Defensa había mentido a la población y puso en duda hasta la veracidad de unas declaraciones de la canciller.